No tengo idea de qué va este texto, estaba entre mis documentos de Google. Se ve que lo escribí. Creo que no está terminado. Era muy chica, es de cuando tenía 15.
Primero
Un hombre joven, de unos 27 años, se paseaba con aires de grandeza una solitaria noche de Diciembre por la Costanera, solitario. Su camisa Dior, bien planchada, perfumada e inmaculadamente blanca, en perfecto contraste con su roja corbata Yves Saint Laurent. Su frente, siempre seca, transpiraba ahora gruesas gotas de sudor, a causa del bochorno veraniego, perlando sus finas cejas negras.
Luego de unas cuadras en el agobiante calor, había decidido volver al departamento, al notar que la ausencia del sol ciertamente no hacía una diferencia significativa, como había pensado al momento de decidir salir a dar una caminata. No había terminado de poner sus pies cubiertos de cuero negro y brillante dentro del ascensor cuando sonó el teléfono.
-¡Martín! Tengo exactamente lo que buscabas, ¡vení a mi casa ya! -exclamaba una distorsionada voz masculina al otro lado del auricular.
-¿Estás seguro? -preguntó el joven -Mirá que estoy ocupadísimo, tengo que comprar un montón de cosas.
-Segurísimo. Es más, no vengas a mi casa, nos encontramos directamente en el lugar, recién están mandando a los fotógrafos, está todo muy fresco… ¡mejor de lo que esperabas!
-Genial entonces, ¿dónde es esto? -dijo Martín, fríamente.
-En Villaflor y Aimé Painé, la misma torre que mi tío, justamente, por eso llegamos en simultáneo con la policía casi. Pero apurate, porque van a limpiar todo muy rápido.
-Estoy por casa, así que no voy a tener que sacar el auto siquiera. En diez estoy allá. -contestó, y cortó la llamada.
El coche estaba recién lavado, y no lo había sacado en un par de días, así que luego de pensarlo una segunda vez, presionó el metálico botón que lo dirigiría al subsuelo del edificio, donde se encontraba la cochera. Revisó al subirse que las monedas del cenicero seguían en su lugar, y entonces pudo posicionarse en el asiento con funda de resbaladizo cuero. Siempre le había incomodado este material, pero prefería esto a tener a la vista los asientos desnudos.
Tardó menos de diez minutos en llegar al lugar de encuentro, donde encontró varias patrullas estacionadas frente a un edificio vidriado, y un movimiento inusual para esa hora. Parado en una esquina reconoció a su amigo, que se secaba con la rosa manga de la camisa el sudor de la curvada y prominente nariz. Su crespo cabello pelirrojo era inconfundible.
-¡Pablito! ¿Qué pasó acá? Está lleno de policías. -cuestionó con sincera curiosidad.
-Hiciste rápido -alcanzó a decir Pablo -. Una mujer, en el octavo piso de aquella torre -señaló el edificio frente al que estaban- descubrió que el marido estaba teniendo un amorío con la criada y… se puso violenta.
-¿Violenta? ¿Qué tanto, colo, qué tanto? -continuó preguntando, efusivamente, el joven, al ver que la historia le iba a ser útil como inspiración.
-Mejor miralo por vos mismo, esto sacaron los fotógrafos de mi tío Abel -dijo, alcanzándole un teléfono -. Menos mal que me tengo una buena relación con él, porque ya le están empezando a extrañar los pedidos que le hago, pero bueno… vos decís que el libro va a vender mucho, ¿no? Siempre tuviste olfato para estas cosas.
Las fotografías que pudo ver en el teléfono eran vomitivas, tanto que le encantaron. La primera mostraba a un hombre gordo, desnudo, con un amasijo de sangre y carne en el lugar donde debían haber estado el pene y los testículos. En el abdomen, un cuchillo grande de cocina enterrado hasta el mango. La segunda imagen era tan repulsiva como la anterior: un bebé, de no más de un año, con la cabeza estrellada como un huevo contra el asfalto, su sangre y sesos esparcidos por el piso. Había un par de fotos más del hombre, y del bebé, en distintos ángulos, y luego algunas del interior de un departamento, y de la torre desde afuera.
-Por supuesto que antes de publicarlas, van a ser censuradas -. interrumpió el pelirrojo mientras tomaba de nuevo su aparato -No se puede poner esto en un diario.
-Desgraciadamente, Pablo, desgraciadamente. La gente tendría que ver lo que es el resultado de la naturaleza humana… ¡Su naturaleza! Por eso te digo que el libro va a ser un éxito: las masas son morbosas, y aparte es sabido que el hombre quiere saber de sí mismo, incluso en la más cruda de sus formas. Entonces, contame con lujo de detalle: ¿qué pasó acá?
-La esposa de el señor al que acabás de ver había ido de compras, y volvió a tiempo para encontrar a su marido teniendo sexo con la mucama, mucho más joven que ella, en el mismísimo living room del departamento. -explicó el muchacho -. Entonces enloqueció, y con un cuchillo de la cocina le destrozó los genitales, antes de matarlo con una puñalada sorprendentemente certera.
-¿Y el nene? ¿Qué hay con eso? -se apuró a preguntar Martín.
-Es el chico de la pareja. Después de encargarse del hombre, en el mismo frenesí, lo tiró por la ventana la muy demente. -aclaró -La sirvienta, afortunadamente, se salvó, porque se encerró en el baño cuanto antes, y fue ella quien llamó a la policía. Ahora está en aquel patrullero -dijo mostrando un auto en el cual, efectivamente, había una mujer, llorando, acompañada de un agente de policía -. Quedó en estado de shock.
-¿Sigue acá? ¿Cuánto hace que pasó todo esto?
-Menos de una hora. Por algo te dije que te apuraras, si les damos media horita más, todo esto desaparece tan rápido como apareció. Sabés que acá no puede pasar nada.
-Vamos a hablarle a la mucama -inesperada y decididamente expresó el joven de cabello oscuro.-. Al menos vos le podés hablar, ¿no tenés la credencial del diario? Pasás como periodista.
-¿Cómo? ¿Estás loco? Esa chica no está en condiciones como para ir a atosigarla, Tincho, agradecé que te avisé del asunto y dejalo acá.
-¡No! Lo necesito, es para el libro, te dije, va a ser un best-seller mundial. -aseguró.
-Todo tiene un límite, y ahora, es éste -manifestó con firmeza Pablo, para la sorpresa de su amigo -. Aparte, me da desconfianza que estés tan seguro ya de algo que ni siquiera leyó nadie más que vos todavía. Dale, vayamos a tomar algo mientras pensás cómo aporta esta tragedia a tu escritura.
-¿Límites? Te desconozco, Pablito. Recordá que lo vas a publicar vos, y si todo sale como yo digo, es un ingreso bastante importante.
-Bueno… si querés, podemos intentar entrar al departamento, pero hasta ahí llego.
-Okay, vamos entonces -dijo el joven, intentando ocultar su alegría, pues no era el sentimiento apropiado para la situación, pero hace rato ya que no ocurría nada de relevancia, y estaba estancado con su libro -. ¿Seguro que yo puedo pasar también?
-Sí, sí, no pasa nada, si venís conmigo.
Martín miró su moderno y caro reloj digital, pero estaba tan distraído con lo que sucedía que olvidó recordar la hora que había visto. Se encaminaron hacia la puerta, Pablo habló con los oficiales parados en frente, y los dejaron entrar.
Segundo
El departamento se encontraba pulcramente ordenado y brillante, como para una foto de revista. De no ser por el charco de sangre oscura y abundante sobre la mesita de café, uno hubiera dicho que estaba en exhibición. Al entrar, Martín se llenó los pulmones del metálico y dulce aroma de la sangre, con regocijo. Unos cuantos meses atrás, el hedor lo hubiera repugnado, pero ahora lo abrazaba felizmente.
Su amigo, en cambio, se cubría nariz y boca con la manga de su fina camisa, con una clara expresión de asco en la cara.
-No puedo creer que esto haya pasado acá -dijo el pelirrojo, sin obtener respuesta -. En algún lugar pobre, lo entendería, pero esta señora tendría que haber resistido ese instinto animal.
-¡Ah! Estás entendiendo. De esto es de lo que hablo.
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