Carta al Cardenal Ángel Sixto Rossi

Esta carta fue escrita en la Ciudad de Córdoba inmediatamente después de la Misa Pascual de 2025 en la Catedral. No fue enviada por el paso a la inmortalidad del Papa Francisco I. El Arzobispo de Córdoba, quien ofició la ceremonia, debía asistir al Cónclave.

Hágase hombre, no un temeroso, y no permita que la casa del Señor y su rebaño se conviertan en un circo para turistas

Su Eminencia Reverendísima, Cardenal Ángel Sixto Rossi, Arzobispo de Córdoba:

¡Oh, pastor de la grey de Cristo en Córdoba, escuche el clamor de una hija de la iglesia, que arde de indignación por la afrenta cometida en la casa del Señor! Me dirijo a usted, sucesor de los apóstoles, con el corazón herido y el alma en llamas. Es así pues lo que presencié hoy, el Domingo de Pascuas en la Catedral, en la solemnidad de la resurrección de nuestro salvador, fue una profanación que clama al cielo.

En la misa Pascual que usted oficiaba, mientras los fieles buscábamos adorar al Resucitado y escuchar la Palabra de Vida, hordas de turistas irreverentes irrumpieron en el templo como si se tratara de un shopping centre. Entraban y salían sin pudor ni temor de Dios, paseando, tomando mate, sacándose fotos con los íconos, riendo y charlando. Esto sucedió durante toda la ceremonia, y en especial en medio de su homilía. El pueblo de Dios, reunido en oración en el día más importante de todo el año litúrgico, reducido a un espectáculo para historias de Instagram.

¡Qué dolor, Eminencia, qué furia y qué vergüenza me consumió este día de fiesta! De pie, al fondo y cercana a las puertas, me fue imposible meditar sobre el misterio de la resurrección u oír con atención su homilía. Estos intrusos, ajenos por completo a la fe, desfilaban por frente mío, yendo y viniendo a sus anchas, blandiendo teléfonos celulares y snacks.

¿Acaso permitirían los musulmanes de Estambul que la Mezquita de Santa Sofía fuese pisoteada por infieles turisteando en el primer día del Ramadán? Enfatizo Hagia Sophia por su historia y atractivo turístico, pero bien podría mencionar cualquier templo de cualquier otra fe del mundo. ¿Tolerarían acaso los judíos que sus mezquitas fueran invadidas por curiosos durante el Yom Kippur? ¡No, Eminencia, no lo tolerarían!

Aun así, la Iglesia de Cristo, la única y verdadera que trae la salvación, que guarda en su seno el Cuerpo y la Sangre del Redentor, sufre esta humillación en no menos que un templo tan antiguo e importante que ha sido testigo de la evangelización y consecuente salvación del Nuevo Mundo. ¿Dónde está el celo por la gloria de Dios? ¿Dónde la histórica defensa de la santidad de Su casa?

Le suplico, por el amor de Cristo crucificado y resucitado, que despierte y actúe como pastor valiente. Hágase hombre, no un temeroso, y no permita que la casa del Señor y su rebaño se conviertan en un circo para turistas. Mucho menos en el mismísimo día de la Resurrección, ofensa que debería hacer arder el corazón de cualquier feligrés.

Le ruego ordene se vigile y reprimanden los actos irreverentes durante las celebraciones litúrgicas. Ponga guardianes en las puertas, haga colocar señales claras, enseñe a los visitantes que la Catedral es un lugar de oración. Poner la otra mejilla solo soporta dos bofetadas, luego corresponde imponer orden y disciplina. Esto que pido es algo que en las catedrales turísticas de Europa ya se ha implementado con éxito, no una imposibilidad. Incluso, en la misma Córdoba, la Iglesia de los Capuchinos está correctamente señalizada al respecto.

Si no actúa, Eminencia, ¿cómo responderá ante el Señor que le confió esta grey? ¿A qué teme más? ¿A ser llamado un mojigato o a Dios Todopoderoso? No deje que la tibieza de los tiempos que corren apague el fuego del espíritu de esta arquidiócesis. Levántese, por amor a Cristo, y devuelva la dignidad a nuestras celebraciones. Especialmente, a la del día más sagrado.

Con el alma encendida por el celo de la gloria de Dios y confiando en su autoridad como pastor de este rebaño, imploro me escuche y actúe con celeridad. Que el Espíritu Santo lo ilumine y lo mueva a obrar con justicia y valentía.

En Cristo, nuestro salvador,

Montserrat Montagut Menendez, hija de Dios

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